En un mundo donde sobrevivir es básico, poco a poco vamos descuidando la responsabilidad afectiva; nos gana el día a día, la carrera por trabajar, comer, vestir, protegernos, etc...
Usamos los tiempos libres para entretenernos con eventos donde, muchas veces, no convivimos suficiente: ir al cine, comer sin escucharnos, descansar frente al televisor, etc...
Y de pronto nos damos cuenta que estamos en automático con los seres que amamos... Haciendo lo rutinario, dando por hecho que amanecerán en nuestras vidas al día siguiente; usamos frases cotidianas para saber si estamos bien, las cuales ya ni siquiera conectan con el alma.
Y un día, suceden cosas que nos hacen ponerle pausa a este juego de piloto automático.
Esta semana inscribí a mi hijo en el gimnasio (ya tiene edad para que le acepten el ingreso) y me dijo: -Mamá, quiero que vayas conmigo este sábado.- Y para rematar, agregó: -Y nos vamos a andar en bici.-
Yo le respondía: -Llévate a un amigo, yo tengo cosas que hacer.-
De pronto me vi ahí, en un espacio donde él me estaba pidiendo compartir algo que estaba disfrutando. Parece algo simple, parece muy fácil elegir actividades que no están programadas, que te sacan de agenda; mas no lo es. No lo es cuando se requiere un estiramiento para que las almas vuelvan a conectar en un siguiente nivel de me importas, estoy aquí para ti.
Con todo y todo, elegí pasar con él la mañana; mirando sus logros de piruetas en su bici nueva, percibiendo su entrega y disciplina a las rutinas del gimnasio, estando ahí para cuando sus ojos volteaban a buscar la aprobación y reconocimiento en los míos...
Entonces percibí cómo las pausas individuales, para acompañar a los seres que amas, son esenciales.
Que sean nuestros hijos, no garantiza que estén conectados con nosotros más allá de lo biológico; que sea nuestra familia y sangre, no significa que nos conozcan o les conozcamos; que sean nuestros amigos de años, no garantiza que sigamos ahí los unos para los otros y que estemos actualizados en nuestra vida; que sea nuestra pareja, no significa que no requiera ese juego de amor y romanticismo, acompañado de su principio de realidad, para encender el fuego frecuentemente y mantenerlo... mantenernos conectados.
Para que las personas estén en nuestra vida y nosotros en la suya, se requiere responsabilidad afectiva, y esa se construye teniendo de base una vida resuelta en lo básico, para darnos el lujo de mirarnos desde el alma.
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