El ser cuando encarna se sumerge en la ilusión de los sentidos bajos, aquellos que nos llevan a conectar con el cuerpo para asumir la vida, y conforme nos integramos, abrimos los sentidos superiores.
Veíamos hasta donde nuestros ojos alcanzan en las 4 paredes del mundo que nos recibe, y de pronto un día vemos en 360° a través de los cuerpos, las líneas del tiempo y las multidimensiones; vemos a través de las cámaras del corazón todos los reinos que habitan esta Tierra; nuestros ojos se vuelven los portales que nos expanden la visión para crear desde nuestro código original.
Escuchábamos la vida a través de las palabras de todos, escuchamos sus emociones a través de sus frecuencias, y nos comenzamos a comprar un mundo que no era aquel del que el corazón nos platicaba... Y un día, debajo de ese árbol, escuchamos al pájaro y nos dimos cuenta que el árbol hablaba, que la cascada murmullaba, que el viento susurraba y que el Gran Espíritu nos guiaba todo el tiempo...
Probábamos los dulces y los salados, los sabores y los sutiles, los besos y los tragos amargos... Hasta que recordamos cómo sabe un buen día, un acto del corazón, un brindis por el éxito de quien amas, un momento de profunda dulzura por los besos que quedaron sembrados en ambas almas...
Olfateábamos lo antojable y lo que nos ponía alerta de algo no grato; olfateábamos a mamá, a papá y a todo el clan... Y de pronto, un día, aprendimos a olfatear las oportunidades para activarlas, los peligros para alejarnos y la presencia del gozo que vive más allá de los sentidos...
Tocábamos y sentíamos a través de la piel que recubre nuestra existencia, nos guiábamos por lo suave y lo rugoso... Graduamos la experiencia a través del frío y del calor... Hasta que un día aprendimos a sentir la piel del otro fundiéndose en nuestra propia piel; a reconocer un alma a través de estrechar su mano, mientras toda nuestra piel se encendía como un radar en todos los ángulos, grados y dimensiones...
Ese día, nuestros sentidos inferiores se alinearon con nuestros sentidos superiores; nuestro Dios/Diosa se encarnó con más fuerza en nuestr@ human@ y el espejo unificó al ser.
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